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Nunca había sido tan feliz, a la par que tan cándida, yendo al veterinario.

Cuando salimos a la calle, mi mamá enfila por la 45 derechita hacia ese lugar de ensueño llamado la Universidad Nacional: un paraíso donde los señores uniformados de la puerta me saludan sonrientes cuando paso trotando, con una sonrisa que no me cabe en la cara, un par de metros por delante de mi mamá, sin correa. Un edén donde bicicletas, chicos vendiendo sanduches, y aplicados estudiantes de Música tocando el trombón sobre el pasto, desfilan ante mi telescópica nariz.

Te apuesto lo que quieras a que nunca has visto nada igual.

Esta soy yo recibiendo a mi mamá en el aeropuerto, después de arrastrar a mis abuelitos por toda la Terminal:

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Todos se quejan de que, desde que entré en sus vidas, los recibimientos no son lo que eran, echarse llorando a los brazos del otro y tal... Ahora primero hay que saludar a la perra.

La llegada al país de mi mamá fue, una vez más, una fiesta:

Además de la consabida carne o pescado con arroz ahora mi comida tiene pedacitos de chorizo ibérico. Y de las croquetas que mi tía Ana le preparó a mi mamá. Además comparte la poca carne que come –el jamón serrano- conmigo: ella engulle de un bocado la parte roja y me deja la grasa, para que haga lo propio, que tiene una textura tan suave y untosa que, cuando la veo sacar el paquete, enloquezco literalmente.

Otra cosa diferente es que

Querid@s amig@s y fans, estamos a punto de irnos a España por un par de meses y, en estos momentos de reflexión sobre lo que ocurrió en este tiempo, de ausencia, de tristeza, de alegría por los proyectos iniciados, y de agradecimiento por las bellísimas personas...

El sueño de mi mamá de conocer San Andrés y Providencia se hizo, por fin, realidad.

Para mí comienza un nuevo paseo correteando tras los cangrejos, protegiendo sus cosas bajo un cocotero mientras se baña, y descansando a la sombra, donde quiera que sea nuestro hogar en esta ocasión, gran parte del día.

A nuestra llegada a San Andrés me encuentro bajo un intenso cielo azul y la característica luz del Caribe… Sola.

Al otro ángel que nos cuida, por estar pendiente de hasta cuando pestañea mi mamá.

A los artistas del Circo del Sol, por volar y hacer volar a otros. 

Mi papá adoptivo compró boletas hace unos meses para el Circo del Sol -el espectáculo llamado Corteo- en Bogotá.

Cuando llegaron anoche, mi mamá, con los ojos húmedos, brillantes, y una tímida sonrisa en la cara, me contó que, para su sorpresa, toda la trama giraba en torno a mi papá Steven: se trataba del funeral de un payaso igual de tierno, divertido, y sensible que él… Hasta tenía el cabello crespo.