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A quien le arrojan palos, ya sea para jugar o para que me aleje del lugar ipso facto -como me ocurrió con unos trabajadores de la bien llamada Bogotá Humana (porque muy perrunos, la verdad, no fueron)-, generalmente es a mí.

Por eso mi mamá no sale de su asombro con lo que le ocurrió durante nuestro paseo de hoy:

A Alexa Rodriguez y su amorosa familia

Entonces, un buen día, nuestras compañeras de aventuras Alia y Serap se fueron.

Al otro día se fue el resto de turistas.

También mi mamá y yo tomamos una embarcación para regresar a participar, aunque fuera desde la grada, en las Olimpiadas indígenas; en el Festival de Murga, Baile y Cuento de Puerto Nariño, y en la parranda vallenata que nos acompañó cada noche mientras permanecimos allá.

Al día siguiente me negué rotundamente a poner las patas mordidas al otro lado del umbral de la cabaña… Te apuesto lo que quieras a que tú hubieras hecho lo mismo.

Como mi mamá ya se conoce todas mis mañas y mis fobias, con mucha paciencia y algo de insistencia logró que asomara mi telescópica nariz por la puerta; luego medio cuerpo;  luego cuerpo entero… y finalmente la cola.

Apenas desembarcamos, nuestra recién ampliada familia estuvo a punto de perder uno de sus miembros. En cuanto la lancha se detuvo y mi mamá pronunció la tan esperada palabra “¡vaya!”, salté con todo el impulso de mis torcidas patas sobre el muelle, mucho antes que cualquiera de los pasajeros bípedos con sus piernas derechas.

Gracias a mí, mi mamá se libró de unirse a todos los planes turísticos habituales para los visitantes del río Amazonas.

-Viajo con la doctora que está echada debajo de la mesa-, explicó a la señora que vendía el plan completo para la Reserva Marasha. Un lugar, al parecer, espectacular, con cabañas de madera, comida deliciosa típica, kanopi, kayak, paseos interpretativos en la naturaleza, avistamiento de monos y caimanes, caminata nocturna...

Hoy es un día muy especial para nosotras: celebramos los tres años de la llegada a Bogotá con mi mamá y mi papá Steven desde mi gasolinera llanera; tres años desde que ella decidiera hacer caso omiso a la recomendación de mi primer veterinario de “salir del problema tan grande en el que se metió con una rápida inyección”.

Es por eso que tienes el placer de conocerme y de verme aquí hoy frente a tu hocico.