A Camilo José Chaves, otra de las víctimas de estas semanas...

Hace dos semanas llegó mi abuelita a Colombia.

-¿Quien viene? ¿¿¿Quién vieneeee???- es la técnica que utiliza mi mamá para señalizarme que se acerca una persona amiga desde los tiempos en los que me abalanzaba ladrando y mostrando los colmillos hacia cuanto ser vivo se acercaba a ella.

Tras las puertas de apertura automática del aeropuerto de El Dorado, en Bogotá, reconozco de inmediato a esa mujer menuda quien, de verme como un ser portador de problemas y enfermedades para mi mamá al principio de los tiempos, pasó a tratarme como lo que soy: su nieta favorita...

A mi llegada a Bogotá me esperaba, sin embargo, otra desagradable sorpresa…

… Mi veterinario, con otra jeringa en la mano, para inyectarme mi segunda y última dosis de antibiótico contra la babesia. Yo, que ya empezaba a levantar cabeza, vomité una vez más todo lo que tenía en el estómago en mitad de la escalera de mi edificio y me pasé el resto del día con el rabo entre las piernas, sumida en un profundo malestar.

Ahí es cuando tomé la decisión que muchos compañeros yonkies han abordado en un momento de aguda crisis existencial: iba a dejar las drogas de una vez por todas.

De camino a casa, y dado que amanezco animada, llegamos hasta los pies del Nevado del Ruiz, no sin antes ser víctima de una agresiva requisa de la policía antidroga, presumo que ante las sospechas que despierta un joven con gorra del revés y gafas de sol manejando tremendo carro. O quizás es que les llegó un soplo de que llevábamos pastillas de desparasitante canino importadas de EEUU, antidiarréico, jarabe, y gotas para fortalecer el sistema inmunitario que le pasó mi veterinario antes de salir…

Sacan a nuestro acompañante del cubículo y, mientras le interrogan, uno de los policías le hace unas caricias tan contundentes con las manos en alto, sobre todo por la parte de la cola, que me dan ganas de ponerme a su ladito para que me las haga a mí también.

Cualquiera pensaría que tener una mamá como la mía es sinónimo de estar en buenas patas.

Yo también lo creía hasta nuestro último viaje, del que regresé más agitada que las maracas de Machín… Pero no adelanto acontecimientos, acá va nuestra terrible historia desde el principio de los tiempos...

Debido a que me encontraba convaleciente y que el nuevo amigo de mi mamá está estrenando carro -por lo que no se baja de él ni a patadas-, decidimos viajar en él en nuestro primer viaje juntos :