A vueltas con la drogadicción

A mi llegada a Bogotá me esperaba, sin embargo, otra desagradable sorpresa…

… Mi veterinario, con otra jeringa en la mano, para inyectarme mi segunda y última dosis de antibiótico contra la babesia. Yo, que ya empezaba a levantar cabeza, vomité una vez más todo lo que tenía en el estómago en mitad de la escalera de mi edificio y me pasé el resto del día con el rabo entre las piernas, sumida en un profundo malestar.

Ahí es cuando tomé la decisión que muchos compañeros yonkies han abordado en un momento de aguda crisis existencial: iba a dejar las drogas de una vez por todas.

Tengo hasta marcas en el brazo de pincharme...

Tengo hasta marcas en el brazo de pincharme…

Mi mamá es cómplice de mi decisión. Por ello, pese a que mi caca sigue siendo negra como el petróleo, seguramente producto de la giardia, ella gira la cabeza y hace como que no la ve, dado que además es tan líquida que no se puede recoger. También abandona los sabios consejos de los expertos y reajusta el menú, dado que sigo sin comer: en lugar de hígado y pajarilla en sopas, pasa a ponerme carne molida cruda con arroz. Recuerden que, pese a que los avatares de la vida me convirtieron en una desconfiada suspicaz a una edad muy temprana, en el aspecto estrictamente biológico soy una adolescente, y lo que me gustan son las hamburguesas.

Por lo demás, aunque todo el que me conoce piensa que soy muy buena y obediente, en realidad tengo un carácter fuerte y dominante. Mi conducta ejemplar es fruto de un proceso de educación absolutamente consecuente –muchos dirían que inflexible- de meses, en los cuales aprendí que desobedecer a mi mamá no tiene ningún sentido. A cambio me deja libertad absoluta tanto en la calle como en la casa, y solo me da instrucciones cuando es estrictamente necesario. A veces la gente se desconcierta al verme suelta todo el tiempo sin que ella se preocupe siquiera de mirar donde estoy. Eso es porque tengo las reglas del juego absolutamente claras. Y porque nunca me separo de su lado.

Ahora me coloco junto a las personas que comen, mirándolos fijamente, a ver si me dan un pedacito. También me subo a sofás que antes no eran objeto de deseo. Ladro y salgo disparada hacia los indigentes como en los viejos tiempos, cuando todo eran amenazas. También –y esto sí es una originalidad- enseño los dientes y ataco sistemáticamente a los perritos con los que me cruzo, incluida Pecas, que antes era parte de mi manada (mi parcera, decimos acá en Colombia). Y al otro día me lancé sobre Ramona, una vieja amiga, que intentó quitarme la pelota. Y después de regañarme la ataqué otra vez, de manera que me gané el primer correazo de mi mamá.

Fue un momento histórico. En casi dos años que nos conocemos y con todo por lo que hemos pasado, hasta ahora nunca me había puesto ni una mano, ni la correa, ni el periódico encima.

La explicación de este cambio puede encontrarse en que el excesivo consumo de psicotrópicos produce daños neuronales severos, con sus consiguientes alteraciones conductuales. Eso, unido al cambio de dieta, podría explicar mi agresividad.

Esto es lo que diría un/a biologicista.

Un/a conductualista lo explicaría de otro modo: el consentimiento de las últimas semanas a raíz de mi enfermedad en las que dormía en la cama con mis papás; una semana entera de viaje sin separarme de ellos ni un segundo; sentir que mi mamá estaba preocupada por mi salud; y la llegada de un papá alcahueta que me deja subirme en el asiento trasero del carro, me coge, me contempla, me consiente, me acaricia, me carga en brazos -incluso por la calle-, me envuelve en mantas y me da comida a escondidas debajo de la mesa… Todo ello hace que esté replanteándome los límites de mi existencia, así como mi posición dentro de la manada.

A raíz de estos incidentes mi mamá le advirtió que tiene que cambiar la forma de relacionarse conmigo y tratarme como un perro, que es lo que soy, sin darme un trato preferente respecto de otros. Pero soy tan irresistible, con mi tumbao y mi cara de «pobre de mí», que no se puede contener… Ella le mira severamente y le dice que me deje tranquila… Un par de veces… Hasta que segundos después nos sorprende como una pareja de amantes en el sofá, a él rascándome la barriga y diciéndome arrumacos y a mí con las patas hacia arriba y bizca de gusto.

-¡¡¡¿¿¿Qué parte de “deja en paz a la perra” no has entendido???!!!- brama mi mamá, echando espuma por la boca, desde la puerta de la sala.

Ambos nos quedamos paralizados, con las manos en alto, y los ojos como platos… Menos mal que no tenemos lámparas de araña en la casa –ni de ninguna clase-. Si no hubiera temblado hasta el último de sus cristales.

Y ella también se puso manos a la obra: ahora duermo en la sala, como antes. Cuando intento subirme al colchón me basta con mirarla a los ojos y seguir la dirección de su dedo para desistir. Al día siguiente me sacó a la calle con correa, sin dirigirme la palabra. Yo, que puedo parecer bobita a veces -de puro obediente-, pero soy más lista que el hambre, me doy cuenta de que el horno no está para bollos, por lo que camino a su lado con una formalidad y siguiéndole el paso de un modo que haría palidecer a los famosos caballos de Jerez.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=XUCoxUv8RqU&w=560&h=315]

Cuando me acerco a un perrito sin enseñarle los dientes me suelta y sonríe dándome un golpecito cariñoso en la cabeza. A base de felicitaciones y caricias, llego a olerlos y a dejar que me huelan, e interacciono brevemente con algunos seleccionados al azar. Y al ver lo contenta que se pone de verme jugar con Pecas de nuevo, estoy recuperando algunos de los viejos hábitos domésticos. Voy mejorando algo, pero sigo ladrando en casa con cada ruido que oigo –otra originalidad-, y el otro día no dejé dormir a nuestros compañeros de piso, que llegaron a llamarla desesperados en mitad de la noche para preguntarle qué hacer.

Este fin de semana tenemos una prueba de fuego: mi mamá se va de caminata de Chingaza hasta el Llano por unos parques naturales en los que no puedo entrar, por lo que me quedo a cargo de mi papá durante todo el puente festivo (el tampoco tiene los permisos para pasar). Vamos a regresar a la finca familiar y ambos nos frotamos las patas: nuestro plan es pasarnos todo el día echados en el piso uno al lado del otro rascándonos la barriga mutuamente -mientras el resto de perros juegan como auténticos gamines-, compartiendo el gordo del asado.

Lo malo es que mi mamá, nada más vernos las caras a su vuelta, se va a dar cuenta…

… Y ella no está vacunada de la rabia.

4 Comentarios
  • Isa Paz
    Publicado en 13:04h, 14 noviembre Responder

    Oye quede aterrada de como puedes doblar la pátina en la primera foto jejeje Por otrolley lado me encantó la foto de los 3 el cargando las a las dos…¡Es divertida! Y tu papá es todo un profesional alcahueta ?
    Entiende que tu mami a veces tiene que disciplinarte 😉

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 01:55h, 18 noviembre Responder

      Si, tengo tres patas elásticas y una decorativa. Ya me pilló algo mayor y mi mamá no tiene tiempo de llevarme a los entrenamientos, si no ahora mismo sería integrante del equipo nacional de gimnasia rítmica! 🙂

      Y si, mi papá es una alcahueta total… Cada vez más profesional… Si cabe… 😛

  • Omaris
    Publicado en 15:25h, 22 noviembre Responder

    Que linda historia, me caes muy bien y mas si quieres a Colombia de Corazón, para la muestra un botón tu hija.

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 22:54h, 25 noviembre Responder

      Exacto, imagínate, con familia colombiana criolla y todo… 😉

Publicar un comentario