Como saben, en los dos últimos años, y puede decirse que "gracias" a mi atropello, pasé de ser una perra confinada a vivir en tres metros cuadrados de mi gasolinera natal -que recibía, por parte de aquellos que pasaban, un huesito de pollo, una patada, o la más fría indiferencia-; a viajar por medio mundo como embajadora de los perros criollos a este y al otro lado del océano.

Desde que nos conocemos escribí sobre mi recuperación, nuestra vida cotidiana, y sobre mis aventuras. En el día de hoy quiero tratar un tema bien peliagudo y que, estoy segura, hace meses que muchos de ustedes estaban esperando: cómo hacer posible su deseo de viajar con sus humanos.

A mi llegada a Bogotá me esperaba, sin embargo, otra desagradable sorpresa…

… Mi veterinario, con otra jeringa en la mano, para inyectarme mi segunda y última dosis de antibiótico contra la babesia. Yo, que ya empezaba a levantar cabeza, vomité una vez más todo lo que tenía en el estómago en mitad de la escalera de mi edificio y me pasé el resto del día con el rabo entre las piernas, sumida en un profundo malestar.

Ahí es cuando tomé la decisión que muchos compañeros yonkies han abordado en un momento de aguda crisis existencial: iba a dejar las drogas de una vez por todas.

De camino a casa, y dado que amanezco animada, llegamos hasta los pies del Nevado del Ruiz, no sin antes ser víctima de una agresiva requisa de la policía antidroga, presumo que ante las sospechas que despierta un joven con gorra del revés y gafas de sol manejando tremendo carro. O quizás es que les llegó un soplo de que llevábamos pastillas de desparasitante canino importadas de EEUU, antidiarréico, jarabe, y gotas para fortalecer el sistema inmunitario que le pasó mi veterinario antes de salir…

Sacan a nuestro acompañante del cubículo y, mientras le interrogan, uno de los policías le hace unas caricias tan contundentes con las manos en alto, sobre todo por la parte de la cola, que me dan ganas de ponerme a su ladito para que me las haga a mí también.

Cualquiera pensaría que tener una mamá como la mía es sinónimo de estar en buenas patas.

Yo también lo creía hasta nuestro último viaje, del que regresé más agitada que las maracas de Machín… Pero no adelanto acontecimientos, acá va nuestra terrible historia desde el principio de los tiempos...

Debido a que me encontraba convaleciente y que el nuevo amigo de mi mamá está estrenando carro -por lo que no se baja de él ni a patadas-, decidimos viajar en él en nuestro primer viaje juntos :