24 Ago Monguí: The extreme Makeover
Querid@s fans, con ustedes, en primicia y exclusiva, la imagen más esperada de año. Si no llega a ser por el olor del trasero...
Querid@s fans, con ustedes, en primicia y exclusiva, la imagen más esperada de año. Si no llega a ser por el olor del trasero...
Mientras el decagenario conocido, hace escasas semanas, como “El karma de Monguí” se recupera de la indolencia humana en una exclusiva clínica del norte de la capital colombiana, su rescatista -la escritora, productora cinematográfica, actriz y modelo Linda Guacharaca- revela, en multitudinaria rueda de prensa a orillas Mediterráneo, todo lo que siempre quisiste saber y nunca te atreviste a preguntar sobre este nuevo escalofriante caso de supervivencia animal.
A Diana Moncada y Gelber Rodríguez Cristancho, los humanos que me convirtieron en un decagenario feliz
Pst, psssst… ¿Puede oírme?
Sumercé, necesito su ayuda.
-¿Usted va con Linda a Monguí?-.
Así nos saludó el conductor que nos esperó, al vernos correr con la lengua fuera tras él, a la salida del terminal de Sogamoso.
Mi mamá casi se cae de espaldas, menos mal que llevaba su morral para amortiguar.
A quien le arrojan palos, ya sea para jugar o para que me aleje del lugar ipso facto -como me ocurrió con unos trabajadores de la bien llamada Bogotá Humana (porque muy perrunos, la verdad, no fueron)-, generalmente es a mí.
Por eso mi mamá no sale de su asombro con lo que le ocurrió durante nuestro paseo de hoy:
Al día siguiente me negué rotundamente a poner las patas mordidas al otro lado del umbral de la cabaña… Te apuesto lo que quieras a que tú hubieras hecho lo mismo.
Como mi mamá ya se conoce todas mis mañas y mis fobias, con mucha paciencia y algo de insistencia logró que asomara mi telescópica nariz por la puerta; luego medio cuerpo; luego cuerpo entero… y finalmente la cola.
Tras un vuelo relámpago de ocho horas aterrizamos en Cali.
Pero ¿no se había afeitado la barriga hasta la primera fila de tetillas para ir al Amazonas? te preguntarás, con los ojos como platos, a causa del desconcierto.
Como ya saben, al año y medio de recogerme, mi mamá adoptó a otro miembro de la familia que también encontró en la calle: mi papito.
En los últimos cinco meses logró educarlo, igual que a mi, hasta convertirlo en un ejemplar digno de admiración, aunque -no se lo vayan a decir a él, que es muy sentido- su cabeza ha resultado ser más dura que la mía.
Lo primero que me enseñó mi inexperta mamá al dejar mi gasolinera fue a levantarme.
-¡Arriba!- decía, poniéndome un plato con carne y arroz ante el hocico, ante lo que el esqueleto incapaz de estirar las patas traseras que era yo entonces, respondía tambaleándose. Y no me daba la comida hasta que no estaba en pie, para que se hagan una idea de lo que me esperaba...