Martes, 9 am

En nuestra primera mañana en casa, mi mamá creó un evento en Facebook con una foto en primer plano del interfecto. Tras contar que encontró otro “Lindo” y describir la situación, hizo el siguiente llamado:

“¿Alguien quiere venir con su carro y pasar a la historia como aquél o aquellos que libraron de su karma a Monguí?” 

Aquella noche fuimos a informarnos sobre los paseos al páramo de Ocetá a la oficina de turismo de la Alcaldía. El señor encargado, con un bigote negro más tupido y largo que el mío, se entusiasmó tanto con nosotras que: 1. Me permitió subir -incluso sin que mi mamá se lo pidiera- al páramo, siempre y cuando llevara correa en el punto en que habitualmente se ubican los venaditos y 2. Me invitó a echarme bajo su mesa mientras la invitaba a tomar una cerveza… que mi mamá cambió por una gaseosa.

Lucrecia, por lo que no es de este planeta, no entiende español.

-¡Venga, preciosa!- dice mi mamá sosteniendo su diminuto collar en alto para que entienda que vamos a la calle y… siempre soy yo quien aterriza, con la precisión de un reloj suizo, bajo sus rodillas, mientras ella da sus famosos saltos de conejo, con mi juguete en la boca, en la otra dirección.

Esta soy yo recibiendo a mi mamá en el aeropuerto, después de arrastrar a mis abuelitos por toda la Terminal:

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=d6zahOfX6as&w=560&h=315]

Todos se quejan de que, desde que entré en sus vidas, los recibimientos no son lo que eran, echarse llorando a los brazos del otro y tal... Ahora primero hay que saludar a la perra.