Mi papá siempre decía –Linda, tienes que escribir un libro-. Cada vez que venía a nuestra casa y me consentía, botado en el piso, mientras escuchaba el último y aún más increíble concepto veterinario de los labios de mi mamá: –Linda, ¡tienes que escribir un libro!-. Cada vez que ella le relataba algún nuevo episodio de nuestras apasionantes vidas repetía, muerto de la risa –Señorita Guacharaca ¿para cuándo su libro?-.