Aquella noche fuimos a informarnos sobre los paseos al páramo de Ocetá a la oficina de turismo de la Alcaldía. El señor encargado, con un bigote negro más tupido y largo que el mío, se entusiasmó tanto con nosotras que: 1. Me permitió subir -incluso sin que mi mamá se lo pidiera- al páramo, siempre y cuando llevara correa en el punto en que habitualmente se ubican los venaditos y 2. Me invitó a echarme bajo su mesa mientras la invitaba a tomar una cerveza… que mi mamá cambió por una gaseosa.

Sólo nos costó dos intentos salir de Bogotá en el bus de Libertadores destino Duitama y eso que me empeñé en subirme a los asientos justo en el momento en que el ayudante pasaba contando los pasajeros.

Por suerte mi mamá no me dejó… De otro modo no estaría ahora contándote mis espeluznantes aventuras por Boyacá.