Carta al Niño Dios. Fdo: Monguí

«¿Qué será de ese muchacho?» Es la pregunta que se habrán hecho los compadres y comadres que supieron de mi existencia desde el viaje de la mona narigona a mi pueblo natal, en mi amada Boyacá.

Ella dice que si les cuento mi vida en los últimos meses “en primicia y exclusiva” tendré millones de fans en todo el mundo y que los fans son algo espectacular porque le mandan a uno picos por la interné y lo impulsan para alcanzar sus sueños con las patas.

Como yo tengo muchos sueños para esta Navidad voy a seguir su consejo:

A las tres semanas de llegar a Voz Animal la chica de las bolsas de pan que me había traído a la capital para curarme la piel recibió una llamada de la directora:

-Hola Yamila, ¿puedes llevar a Monguí a “su” veterinaria?, se le está cayendo un poco el pelito.

Al día siguiente…

-¡Hola! Conseguí un carro para el sábado ¿está bien o cuadro para llegar antes?

-Está perfecto, Yamila ¡Hasta el sábado!

Cuando ese día la narigona, su mamá, Gelber y Diana llegaron en el carro de la hermana de Gelber a buscarme, lo que encontraron les heló la sangre en las venas, pa qué…

Los recibí achantado, decaído y tristísimo. Mi cola no se movió ni un milímetro, hasta el punto de que pensaron que me había dado demencia senil ¿cómo es posible que no me alegrara de verlos?… Entendieron cuando vieron las superficies de piel más grandes que las palmas de sus manos en carne viva, ensangrentadas y sin un solo pelo.

Intentando animarme a punta de sonrisas

Intentando animarme a punta de sonrisas antes de darme salida

El trabajador encargado nos recibió entre apenadísimo y aliviado de que, por fin, alguien fuera a llevarme al médico. Él hizo todo lo que pudo para confortarme, pa qué, me puso sábila y una pomada con cortisona en las heridas y, aunque odie el embudo blanco que me acompañó desde entonces, aquello me salvó de desollarme vivo con mis propios colmillos por la rasquiña más tenaz que recordaba en mi larga vida.

Los ojos de la chica de las bolsas de pan brillaban de llanto e indignación: “pero ¿cómo no me dijo que era urgente?” y “¿¿¿cómo así que le quitó la medicación???”

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La cuestión es que, como me veía tan lustroso, cada vez que la mamá de la narigona iba a visitarme, la directora le proponía retirar mi tratamiento, ya que tanta pepa me iba a dañar el hígado. La chica decía cada vez que no, que mi veterinaria consideraba que debía continuar por dos meses más, de modo que, por más que me viera como todo un galán peludo, debíamos continuar, por favor, con la medicación. A ella, que tiene más de 60 perros a su cargo, seguramente le parecía un desperdicio gastar tanta plata en medicinas y comida especial para uno solo -aunque la plata no la gastara ella, sino la chica de las bolsas de pan que, además, pagaba una mensualidad para que yo pudiera disfrutar de las praderas de Sopó en lugar de estar encerrado en la clínica, y se me diera mi baño semanal y mi tratamiento especializado-.

Entonces un día se acabaron mis antibióticos y mi cortisona y, en lugar de avisar o pedir la consignación de la plata, como habían acordado, la directora de la Fundación decidió demostrarle al mundo que ella tenía razón y…

… Esa noche quedé hospitalizado con pronóstico reservado.

Hubo que estabilizarme por vía intravenosa y la chica con el uniforme igual que el de las odontólogas de mi pueblo advirtió que si llegan a demorarse un día más, seguramente hubiera muerto por una falla orgánica por el retiro de la cortisona. Ahora el problema de mi piel se había convertido en realmente grave: con el tratamiento antibiótico de dos meses interrumpido súbitamente, el hongo se había tornado resistente y capaz de sobrevivir a un ataque nuclear y, por su supuesto, a un ataque por parte de cualquier antibiótico existente en el mercado.

Ella también temblaba de rabia y, con los ojos brillantes de lágrimas, repetía: ¡Dios santo! ¡Si el perro estaba bien! ¡Sólo debía continuar el tratamiento dos meses más! ¿¿¿Cómo se le ocurre retirarle la medicación???

Cuando la chica de las bolsas de pan llamó por teléfono a la directora de Voz Animal para contarle sobre mi estado y decirle que, aunque estaba segura de que lo había hecho con la mejor intención, no debía retirar tratamientos sin autorización; la que me había tenido a su cargo le tiró el teléfono no sin antes gritarle que no pensaba admitir ninguna reclamación al respecto.

Estuve a punto de morirme pero… No me morí.

Mi vida se vio invadida por la rasquiña.

Entonces comenzó un calvario de pruebas de laboratorio, raspados de piel, baños casi diarios y pepas, muchas pepas….

Por mucho tiempo no quedó ni rastro del Monguí que sumercé vio en mi última aparición pública en el mes de agosto. Lo que se veía como un «gordito» saludable en realidad era hinchazón y retención de líquidos debido a las oscilaciones en la aplicación de la cortisona. Esa misma oscilación le produjo a un chuchito, así sea tan robusto y bien conservado como yo, una falla cardíaca. Lo único que me sacaba de mi estado vegetativo era la comida. Pasaba el día con el embudo puesto echado en una esquina. Yo, antaño un todoterreno aún con hongo y demás, no quería asomar el hocico a la puerta de la veterinaria. Mi cola se paralizó y no volví a dar lametones a mis cuidadoras.

Tras un mes de sufrimiento en el que no reaccioné al tratamiento con otra droga más fuerte, la chica de las bolsas de pan se encontró ante el dilema:

Acabar con el suplicio con la misma inyección que se había negado a ponerle a la narigona cuando recién llegaron a Bogotá de la bomba de los Llanos…

… O quemar el último cartucho.

El mejor dermatólogo canino de Bogotá formuló medicinas diseñadas exclusivamente para mí, a una concentración casi el doble de alta de la que se encuentra en el mercado.

Tras dos meses de tratamiento intensivo ya vuelvo a batir la cola.

Mi corazón casi es el de antes.

Tengo pelo de nuevo en casi todo mi cuerpo.

Tengo una nueva oportunidad y una vida por delante.

Y ahora la chica de las bolsas de pan tiene una factura por todos los gastos de cinco millones de pesos (y eso que en la clínica nos quieren tanto a la narigona y a mí por ser dos prototipos de supervivientes criollos extremos, que nos la rebajaron en casi un millón).

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¡Qué cosas, Sumercé!… Pasé de ser un Don Nadie a valer mi peso en oro.

Aunque yo aún no escribí nada ni sé cómo se lanza una campaña de «Croufundin» (en mi pueblo no hay de eso), si quieres mandarme un regalito de Navidad para ayudar a pagar mi cuenta –o mandárselo a la chica de las bolsas de pan que cumple años el mismo día que el Niño Dios-, me sentiría muy feliz.

En ese caso podrías entregarnos nuestra colaboración navideña el día 17 de diciembre en el Petspot o se la podrías girar a Yamila Fakhouri (cédula de extranjería 300401229) a través de cualquier punto Efecty o por medio de consignación en la cuenta ahorros Bancolombia 11392128818.

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Cinco millones de pesos para una sola humana es mucha plata pero entre much@s se pueden lograr milagros, como pasó con el libro de la narigona.

Y si sabes de una familia, dama o caballero que precise de un fiel escudero en cualquier rincón de Colombia, ofrezco mis servicios. Me gustaría pasar mis últimos años tranquilo y consentido. El estilo de vida de la mona que se trastea varias veces al año y se la pasa en avión, en lancha y en ruedas de prensa ya no es para mí. Y ella dice que me llevaría donde hiciera falta, me visitaría mientras no esté viajando o de gira promocional y que su mamá contribuiría a mi cuidado, si lo deseas, de modo que seríamos familias hermanas…

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¿Será que entre tod@s lograremos que, a mis diez años, pase la primera Navidad de mi vida viendo mi peludo reflejo en las bolas del árbol en mi propio hogar?

Por el momento me prestan el de la veterinaria

Mientras tanto me prestan el de la veterinaria

7 Comentarios
  • Lina Maria Camacho
    Publicado en 12:36h, 16 diciembre Responder

    Y yo preguntando por él. Está precioso el bello Monguí. Ojalá su lista de regalos se ´cumpla toda, todita. Quisiera estar en Bogotá para conocerte a vos y a la narigona.

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 21:49h, 16 diciembre Responder

      Sumercé Lina María, por acá la esperamos en la clínica con las patas abiertas si quiere venir a traerme unas salchichas y a sacarme a pasear. Muchas gracias por sus bellos deseos.

  • Mary y Lorenza
    Publicado en 15:11h, 16 diciembre Responder

    Querido Mongui que triste lo que nos cuentas..fue muy cruel suspender ese tratamiento?. Muchos ayudaran a tu madrina. Te queremos?

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 21:48h, 16 diciembre Responder

      Gracias, mis damas… La providencia quiera que sí. Un gran lametón, Monguí

  • jimena
    Publicado en 16:03h, 16 diciembre Responder

    Monguí, sumercé no se preocupe que le vamos a conseguir una familia bien querendona. Y que le vamos a ayudar a la señora de las bolsas de pan con la cuenta de la veterinaria. Nos vemos mañana con la narigona en el PetSpot!

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 21:40h, 16 diciembre Responder

      Sumercé Jimena,

      ud. habla tan elegante como las damas de mi pueblo. Confieso que el sábado será mi primera aparición pública, me tiembla hasta el último de los pelos que me salieron de la perspectiva de que todos los fans de la narigona quieran retratarme. Espero me lleve sumercé a dar alguna vueltica si me entra el desespero, podemos llevar a la narigona también y la chica del pan que se quede recibiendo mis regalos de Navidad ¿qué le parece mi propuesta al estilo Romeo Santos?

  • esfreya
    Publicado en 20:25h, 16 diciembre Responder

    ¡Ay Monguí! Qué vaina con lo de tu tratamiento; a mi me pasó algo parecido, claro que a menor escala; pero el bolsillo de los humanos sí lo sintió a gran escala. Me encantaría tenerte como hermano, pero mi estilo de vida tira más a parecerse al de Linda que al que necesitas. No te preocupes, ahora mismo me como la carta al niño Dios en la que había pedido muchos amigos Wilson, para reemplazarla por una donde mi deseo de corazón es una familia para ti. También tomaré prestada la tarjeta del banco de mi abue humana, para hacer un aporte a tu causa,
    Lametazos,
    Tango

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