15 Mar Lindiana Jones
Estuve muy ocupada montando una superproducción con las imágenes más escalofriantes de mi aventura amazónica. Agárrate bien fuerte y...
Estuve muy ocupada montando una superproducción con las imágenes más escalofriantes de mi aventura amazónica. Agárrate bien fuerte y...
Al día siguiente me negué rotundamente a poner las patas mordidas al otro lado del umbral de la cabaña… Te apuesto lo que quieras a que tú hubieras hecho lo mismo.
Como mi mamá ya se conoce todas mis mañas y mis fobias, con mucha paciencia y algo de insistencia logró que asomara mi telescópica nariz por la puerta; luego medio cuerpo; luego cuerpo entero… y finalmente la cola.
Apenas desembarcamos, nuestra recién ampliada familia estuvo a punto de perder uno de sus miembros. En cuanto la lancha se detuvo y mi mamá pronunció la tan esperada palabra “¡vaya!”, salté con todo el impulso de mis torcidas patas sobre el muelle, mucho antes que cualquiera de los pasajeros bípedos con sus piernas derechas.
Gracias a mí, mi mamá se libró de unirse a todos los planes turísticos habituales para los visitantes del río Amazonas.
-Viajo con la doctora que está echada debajo de la mesa-, explicó a la señora que vendía el plan completo para la Reserva Marasha. Un lugar, al parecer, espectacular, con cabañas de madera, comida deliciosa típica, kanopi, kayak, paseos interpretativos en la naturaleza, avistamiento de monos y caimanes, caminata nocturna...
Tras un vuelo relámpago de ocho horas aterrizamos en Cali.
Pero ¿no se había afeitado la barriga hasta la primera fila de tetillas para ir al Amazonas? te preguntarás, con los ojos como platos, a causa del desconcierto.