
18 Oct Road trip I
Cualquiera pensaría que tener una mamá como la mía es sinónimo de estar en buenas patas.
Yo también lo creía hasta nuestro último viaje, del que regresé más agitada que las maracas de Machín… Pero no adelanto acontecimientos, acá va nuestra terrible historia desde el principio de los tiempos…
Debido a que me encontraba convaleciente y que el nuevo amigo de mi mamá está estrenando carro -por lo que no se baja de él ni a patadas-, decidimos viajar en él en nuestro primer viaje juntos :De ese modo –piensa este par de iluminados- nos ahorramos el estrés y el traqueteo del avión y las busetas, así como la indefinición de no saber qué vamos a comer ni dónde vamos a dormir, y recorremos cómodamente pintorescos lugares haciendo paradas para pasear hasta que me vaya recuperando, animada por la emoción del viaje.
Las ruedas de Nube –el coche lleva el nombre del caballo de un guerrero americano Lakhota-, nos encaminan hacia Honda, el pueblo más caliente de Colombia, en dirección a los Nevados –para quien ande perdido, unos volcanes de unos 5000 mts. de altitud-. Llegamos a las 10 de la noche medio muertos a Mariquita, un pueblito muy agradable conocido por su producción de mangostinos –que no langostinos, el mangostino es una fruta- y mango mariquiteño, tras tragarnos todo el tráfico de camiones y un par de vías cortadas de una de las carreteras con más quiebros y más transitadas de mi país.
Pese al cambio de altura, de olores, de aire y de indumentaria, mi mamá no se olvida de que viaja con una perra cuya prescripción medicamentosa supera la de un enfermo de sida, alzheimer y hemorroides (todo junto), por lo que acabo buscando los rincones más recónditos para escapar a su maldita jeringa…

… Sin mucho éxito por otra parte. Tiene un olfato incluso mejor que el mío, y me localiza a miles de kilómetros de distancia.
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Al menos mi enfermedad me trajo un beneficio que, si bien todavía no llego a apreciar -ya que estoy inapetente y sólo como algo de carne si mi mamá me la da con su mano-, cambiará nuestras vidas para siempre: nunca volveré a encontrarme cara a cara con un plato de comida para perros, desde ahora solo como solomillo, churrasco, y sopa de pajarilla, que me prepara en la cocina del hotel.
En los días sucesivos seguimos recorriendo sinuosas carreteras jalonadas de banano, café, sietecueros, guaduas y la clásica vegetación de tierra caliente… Y no tan caliente… Rebasamos en diversas ocasiones los 2000 mts. para bajar, de nuevo, al valle a bordo de Nube, que nos lleva hasta Manizales. Ahí comienzan las fricciones entre una mujer acostumbrada a viajar sola y/o en bicicleta y un pobre incauto que no sabe lo testaruda que puede ser cuando se propone algo (a ver si no cómo se explican que yo camine…).
Tras asumir que no desiste de sus propósitos fotográficos por muchas razones que le den, incluso en plena carretera de montaña llena de curvas, acaba buscando algún lugar seguro donde dejarla salir. A veces la acompaño, pero otras veces me deja en el carro porque es peligroso y yo, al ver que el chico arranca para fugarse, intento saltar por la ventana, hasta que me doy cuenta de que siempre se arrepiente y la espera unos metros más adelante.
En Manizales –una ciudad moderna y cosmopolita, sobre todo de noche, llena de cuestas, como en las fotos que vi de San Francisco- nos perdemos salvajemente y nos demoramos casi dos horas en encontrar guarida. Eso nos pasa por usar gps. Y porque ese fin de semana coincide un evento de skaters, un concierto de rock, el comienzo de la feria de toros y un lunes festivo en la ciudad.
Finalmente llegamos al barrio donde se agolpan los hostales, en el alto de Palermo, cerca de la Zona Rosa –para quien ande despistado, no se trata del barrio gay, sino del nombre que recibe la zona de bares, restaurantes y antros de perdición con música a todo volumen y expendio de alcohol en toda Colombia-. Tras convencer al recepcionista del único hotel en el que encontramos una habitación libre de que me dejen alojarme con la pareja a la vista de su buena conducta, me quedo descansando mientras ellos se van de rumba.
A su regreso me encuentran con fiebre -nunca sabremos si porque la giardia o la babesia atacaron de nuevo, o porque nuestro acompañante me envolvió en una manta térmica como un bebé ruso en pleno invierno de Sebastopol antes de irse-, pero el caso es que al día siguiente, y tras charlar con el veterinario, mi mamá decide ponernos en marcha, de nuevo, hacia Bogotá.
Continuará…
Trufa
Publicado en 02:46h, 21 octubrePorque no avisaste! Yo tengo familia en Manizales y te hubieran recibido felices (no se sí a tu mama y al amigo pero a ti seguro que sí! Ellos han tenido por lo menos 3 perritas rescatadas como tu!). Por cierto que fotos tan buenas, valió la pena arriesgar la vida en la carretera! Me dan ganas de ir a conocer el país de mi mama!
Linda Guacharaca
Publicado en 13:10h, 21 octubre¡Hola Trufa! Qué buena idea… ¿Pues sabes qué? Cuando regresemos por allí para que ellos conozcan el Nevado (o mi mamá y mi abuelita, que es posible que venga en unas semanas) de pronto podría quedarme con ellos y recordarles los tiempos de rescatistas, sacarlos a pasear por Manizales y darnos muchos lametones.
Si, Trufa, acá hay unos olores espectaculares. Si vienes por acá nos hacemos un superviaje las 4 😀
Isa Paz
Publicado en 12:20h, 14 noviembreHola:
Hace rato que no leía tus aventuras me alegra darme cuenta que podré seguir leyendo tus anécdotas ? por otro lado te cuento que mi familia materna es del Tolima y me hiciste recordar los Road trips que hacíamos cuando era pequeña. Mi abuelita no perdona ir a Honda y no comer pescado al lado del río. Allí también hay un museo con las monedas más antiguas o algo así. De Mariquita, uffff me acuerdo montón. De ahí son los mangos más dulces. De hecho, de ahí se sembró en mi casa, un árbol de mango cuando nací. Además solo ahí he visto los mangos del tamaño de un coco que no son tan dulces, porque los dulces son pequeños pero como diría mi mamá, un terrón de azúcar ?Por otro lado si vienen al Valle, también les ofrezco mi casa ? Sí vuelves al Tolima te recomiendo el pueblo de Lérida y especialmentente, Ambalema. Es una belleza con el rio Magdalena y su malecón, la carriles, las Casitas y aun cuando tu no puedas comer pescado, si a tu mamá le gusta podrá comer uno rico. Además la carretera a Ambalema es una bella arboleda, digna de las bellas fotos de tu mami. Que apropósito toma muy lindas fotos y vale la pena que pare en carretera ☺??
Linda Guacharaca
Publicado en 02:00h, 18 noviembreSi, tortuguita, ¿por dónde andabas?
Mango mariquiteño es que se llama, me contaron los lugareños, mi mamá compró una bolsa de un par de kilos pero se le olvidó, de modo que Nube acabó bien perfumadito a mango fermentado, por lo que mi papá, todo lo alcahueta que es, casi nos deja a vivir en Manizales para siempre jamás. ¡Qué bonito tener un mango de tu misma edad y plantado en tu honor!
Seguro que volveremos por allá -nos faltó conseguir que nos dejaran entrar a ver el Nevado-, de modo que tendremos en cuenta tus indicaciones!
Un lametón grande 😛
Isa Paz
Publicado en 22:45h, 19 noviembre¡Uyyyyyy ese olor a mango pasado no es muy rico que digamos…menos con esos calores tolimenses! jajajjajajajajjajajajajajjajajajajajaja me imagino a tu papi dichoso con el perfume en su carro nuevo jajajajaja
Lastimosamente, al mango lo cortaron a mis espaldas cuando yo tenía 21 años que porque las raíces estaban dañando la tubería :_( Pero en estos momentos tengo guardía sobre el Lluvio de Oro que tengo afuera de casa….ahora que porque levanto la baldosa….estoy en modo warrior protector jajajaja
Olga Lucía Valencia Marín
Publicado en 15:41h, 11 marzoMe tienen matada con todas estas historias, ahhh y me divertí mucho con Lorena (pues hicieron publica su identidad secreta, jejeje), todas estas aventuras me tienen reconcentrada, me alegra mucho Linda que tengas un papá y una mamá tan especiales y lindos 🙂