Metedura de dedo

Tendinitis o esguince.

Ese fue el diagnóstico de mi Hada Veterinaria cuando mi mamá le envió un video de su dedito, dolorido, colgante y sin fuerza, después de que ayer me detuviera cuando me lanzaba, con todos los colmillos al descubierto, sobre un compañero.

Las mamás de los Golden Retriever del norte de Bogotá no saben que dejarlos acercarse a saludar, moviendo la cola (y de paso todo el cuerpo), a la mamá de una criolla excallejera -y más cuando la mamá disfruta de una hamburguesa y una amena charla con una amiga sobre un banco en la calle-, equivale a firmar su sentencia de muerte.

Para que esa mamá no le diera un infarto, la mía metió el extremo de su dedito entre mi cuello y mi collar antipulgas para detenerme en pleno vuelo, con todo el impulso de mis veinte kilos de pesos… Un segundo más tarde de lo que hubiera sido recomendable para poder sujetarme bien.

Ahora mi mamá ve las estrellas al intentar amarrarse el arnés que se pone por las mañanas alrededor del pecho por debajo de la ropa. Tampoco puede amarrarse las boticas que protegen sus blancas y suaves almohadillas ni puede hacer un nudo a las bolsitas donde recoge mis obras de arte urbano… Incluso tiene que pedirle al humano de al lado que le saque la tarjeta de la billetera para que podamos subir a Transmilenio, y escribe todo lo que le dicto con una sola patita.

Su grito para poner orden esta mañana con la llegada de la empleada de la casa que compartimos, hasta el mes de marzo, con Adriana, fue más furibundo que de costumbre. Después de seis meses la recibo con el mismo concierto de ladridos –igualmente furibundos- que el primer día (y eso que me da comida para poder moverse por la casa sin escuchar mi voz atronadora, e incluso me saca a dar una vueltica por iniciativa propia cuando mi mamá no está). Como te contaba con pelos y más pelos en mi libro La vida es Linda, olfateo de una el grado de relación que tienes con mi mamá y, aunque ellas tienen una relación cordial, charlan, desayunan juntas y se saludan y despiden con abracito y beso en la mejilla, a mí esas dos no me engañan: esa humana no es parte de la manada y tiene la entrada a nuestra guarida vedada.

Igual que los compañeros que pretendan acercarse a nuestro territorio. Y más si hay comida de por medio.

Cuando veo como encoje el hocico de dolor al intentar cocinar lamentándose amargamente de que, como siga así, va a perder el kilo que se ganó en Cali a punta de aborrajados y arepa frita recuerdo la época de la bomba, cuando no me podía parar y siento un poco de pesar perruno…

Hasta que entra un nuevo habitante de la calle, señor con bolsas, casco, cachucha o patineta en mi campo de visión.

¿De verdad creías que iba a permanecer indolente frente a tamaña amenaza?

¡Eso si sería una terrible metedura de pata!

dedo3

Sin Comentarios

Publicar un comentario