Linda amazona

Tras un vuelo relámpago de ocho horas aterrizamos en Cali.

Pero ¿no se había afeitado la barriga hasta la primera fila de tetillas para ir al Amazonas? te preguntarás, con los ojos como platos, a causa del desconcierto.

Lo que pasó es que, como estaba lloviendo torrencialmente, sobrevolamos Leticia durante más una hora y, ante la imposibilidad de descender, nos llevaron hasta la capital mundial de la salsa para que todos, excepto yo, pudieran salir del avión, estirar las patas y hacer chichí, aterrizando en nuestro destino final -sin tener hotel reservado, que es como les gusta llegar a los sitios a mi mamá-, en mitad de la noche.

Nos perdimos la mundialmente famosa llegada de los loros a las cinco de la tarde al parque principal, pero al menos no vivimos la escena de terror que se reproducía en su mente: agitar frenéticamente las manos mostrando los colmillos al personal de Avianca -así como a los recepcionistas del hotel de cinco estrellas donde alojen a los turistas descarriados-, para que me dejaran pernoctar junto a ella sobre el mullido tapete color gris panza de burro que seguramente adornaría su funcional, lujoso y aséptico cuarto de paso en Cali.

¿Quién iba a darme mi antibiótico contra la babesia durante la noche si me dejaban en el aeropuerto?

Tras instalarnos en el primer hostal en el que nos recibieron, situado a las afueras, salimos a las diez de la noche ingerir nuestra primera comida caliente del día: un almuerzo para cada una compuesto de sopa y seco que engullimos, ella sobre la mesa, yo en una bolsa de plástico en el suelo. Además mi mamá compró un nuevo teléfono en la última tienda que quedaba abierta, con objeto de tener cómo comunicarnos cuando nos adentráramos en la selva, manteniéndose fiel a la tradición de botar celulares cuando se imbuye del espíritu de paz y amor de la Navidad.

Por esta época del año dona aproximadamente uno cada mes a algún perfecto desconocido que se lo encuentra en los lugares más insospechados: un potrero, la mesa de un restaurante, el asiento de un autobús… Con esto quiero decirte que mi mamá es, igual que Santa Claus y el Niño Dios, una auténtica filántropa. Mucho más que yo, que jamás permitiría que cojas mi palo, te metas en mi cama o metas tus narices en mi plato. Ni en los de ella. Es mi manera de compensar su desapego por lo material, asegurando de ese modo nuestro sustento y supervivencia.

En esa primera noche de nuestra nueva aventura pudo comprobar, una vez más, las innumerables ventajas de viajar conmigo. Espanté todos los gatos, perros, e incluso algunos humanos, que se acercaron a su mesa con intención de quitarle su comida. La llevé sana y salva de regreso al hotel cuando estuvo a punto de colarse en las instalaciones de la Universidad, unas cuadras más a la derecha. Y pasé la noche en guardia, ladrando desaforadamente a cada aullido y chillido desconocido que desentonaba en el concierto de miles de grillos que nos arrulló hasta el alba:

-Menos mal que estamos en la cabaña más retirada-, era el pensamiento que cruzaba por su cabeza cada vez que se incorporaba como un resorte bajo su mosquitera, boqueando como un pez fuera del agua hasta recuperarse del sobresalto, contenta de que al menos los dueños del hotel pudieran dormir.

Pero las incontables ventajas de llevarme no acabaron ahí…     La historia continúa aquí

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11 Comentarios
  • Lina Maria Camacho
    Publicado en 22:47h, 02 febrero Responder

    Ay nooo, que nervios, qué pasa, qué pasa, por favorrrrr…

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 00:07h, 03 febrero Responder

      De todo Lina María, de todo 😉 ¡Ya pronto les cuento! Un abrazo de mi parte y un lametón de mi mamá 😀 😛

  • jimena
    Publicado en 23:33h, 02 febrero Responder

    Me muero de la risa con tus aventuras, Linda! Rasca panza-de año nuevo para ti 😉

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 00:12h, 03 febrero Responder

      ¡Gracias Jimena! Mi mamá y yo les deseamos igualmente un feliz 2016 lleno de revolcadas en popó de mula 😀

      • jimena
        Publicado en 00:14h, 03 febrero Responder

        jajajaja gracias por los aromáticos deseos!

  • Quepenaconusted
    Publicado en 13:47h, 03 febrero Responder

    ¿Erliquia? No había escuchado el palabro en mi vida. ¿Esto te lo acaban de diagnosticaR’

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 03:07h, 05 febrero Responder

      Querido Jorge,

      la erliquia es una herencia de mi gasolinera natal que fue lo que estuvo a punto de llevarme al otro barrio hace año y medio. Se trata de una infección en la sangre sin cura, transmitida por garrapatas, que se activa cuando le da la gana, como la alarma del banco de la esquina del barrio de la infancia de mi mamá, y que requiere de tratamiento antibiótico durante un mes y varias inyecciones…

      ¡No se lo deseo ni al inventor del baño con manguera!

      Un gran lametón 😛

  • Maria Nancy Gonzalez de Pradilla
    Publicado en 14:34h, 03 febrero Responder

    Mi perrita linda Dios te bendiga, junto con tu mamita humana, me divierten mucho tus relatos, mucha suerte y larga vida para juntas, muchos abrazos.

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 02:42h, 05 febrero Responder

      ¡Muchas gracias María Nancy! Y muy bienvenida por acá 😀 😛

  • Rodrigo
    Publicado en 04:38h, 07 febrero Responder

    como que soy el único hombre que comenta por acá. pero olé terminen la historia.

    • Linda Guacharaca
      Publicado en 16:55h, 09 febrero Responder

      Hola Rodrigo, cómo estás?

      te cuento también hay alguno como tú al otro lado de la pantalla, si bien, como bien dices, estás en aplastante minoría por lo que… ¡qué rico contar con un nuevo macho alfa dominante en esta comunidad de «comentadores» y lectores de elmundoa4patas! 😀

      Un abrazo de mi mamá y un lametón de mi parte 😛

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