
13 Oct Alto rendimiento
El otro día llevábamos a mi hermana de dos ruedas al taller… Para que me entiendas bien, su taller es igual que mi veterinario: el lugar donde nos ajustan las tuercas (aunque ya quisiera yo ir solo una vez al año como ella).
Atravesamos raudas como el viento el parque del Virrey y, una vez pasado el puente sobre la Autopista norte, un potente olor cruzó el aire en dirección a mi telescópica nariz.
Mi mamá frenó en seco para no atropellarme.
El ciclista que iba tras ella frenó en seco para no atropellarnos a las dos.
-Disculpa, ¡qué pena! Casi te hago caer- se excusó mi mamá en una tonalidad facial bastante roja, porque además circulábamos por mitad del andén.
-Tranquila, tranquila, no pasó nada- respondió el sonriente muchacho de casco, camiseta y pantalón de ciclista mirándonos tras sus gafas de pasta al más puro estilo de mamerto intelectual.
A continuación hizo demostración de sus dotes conversacionales y de todo tipo:
-Bla, bla, bla, nosotros tenemos un grupo y entrenamos todas las semanas natación y ciclismo en el centro de alto rendimiento cerca de la 26- los potentes gemelos depilados daban fe de ello.
–Soy el ganador de la carrera de la torre Colpatria– continuó el despliegue de plumas y medios… El típico vacilón que le suelta a una toda su hoja de vida a la primera, pensaba, divertida, mi mamá.
-¿Y tú? ¿Qué tal eres para el deporte?- se interesó, de pronto, por su discreta interlocutora.
-Yo más bien floja- confesó ella mientras yo les precedía siguiendo un nuevo rastro.
-Hay que moverse- decía con una amplia sonrisa –¿si no te cuidas tú, quién te va a cuidar?- Tiene toda la razón, pensaba mi mamá, que de hecho ya me llevó a correr un par de veces en la última semana con un claro propósito de enmienda respecto de su inmovilismo diario.
-Si quieres te paso un folleto ¿Tienes un momento? Mi casa es ahí al lado- decía mientras señalaba un punto en el parque que quedaba justo en nuestra dirección.
Aun siendo consciente de que un grupo que entrena en un centro de alto rendimiento se aleja bastante de sus estándares, no íbamos de afán -y, además, nunca se se sabe-, de modo que lo seguimos mientras se dirigía raudo hacia su casa para no hacernos perder tiempo.
Una vez se detuvo frente a una vivienda unifamiliar con un pequeño jardincito a la entrada me rascó la barriga diciéndome lo bonita que era cuando llegué, con la lengua fuera, al galope, e informó a mi mamá que ya había llamado a la suya y que ya salía con los folletos… Y, mientras tanto:
-Ven, te voy a mostrar cómo saltar tu bici con la mía-. En un rápido análisis del peso del chico, la altura de su bici y la amortiguación de mi hermana de dos ruedas, a mi mamá le pareció imposible, si bien le pareció interesante ver el nivel de vacile al que era capaz de llegar… Quien sabe, de pronto teníamos ante nuestros hocicos a un auténtico súperman.
Mientras el campeón de la carrera de la Torre Colpatria daba un par de pasadas haciendo caballitos con la bici de mi mamá, ella me ponía a cubierto a una distancia prudencial para que no me fueran a alcanzar las piezas cuando se estampara, como un peso muerto, sobre su propia bicicleta.
-Voy a saltar desde allá- indicó, con un deje de excitación en la voz.
-Dale- respondió mi mamá –no te vayas a abrir la cabeza, ¡precisamente íbamos de camino al taller!-.
El chico se alejó unos metros para tomar impulso. Se alejó… Se alejó… Hasta que desapareció como una exhalación dando la vuelta a la esquina.
El grito entrecortado a mi lado hizo levantar mis sospechas a la par que mis orejas… Sin embargo no era posible que ese chico tan simpático se llevara la bici de mi mamá dejando la suya allí ¡Seguramente necesitaba tanto impulso que iba a dar una vuelta completa a la cuadra!
A los 20 minutos confirmamos que era harto probable que nunca más volviéramos a ver a la Negrita, de modo que, cuando una ráfaga de aire tumbó el amasijo de hierros azul que nos acompañaba en silencio todo ese rato, mi mamá se atrevió, por fin, a examinar a la nueva integrante de la familia: una Benotto de ruta, viejita y bastante ligera en la que era imposible montar sin arrastrar los dientes por el piso debido a la postura del manubrio y al tamaño.
Medio montada, medio empujándola a modo de patineta nos acercamos al CAI para hacer el denuncio, no fuera a ser que acabara en la cárcel por trotar al lado de una bicicleta que bien podía ser robada.
-De pronto le damos un alegrón a alguien- pensaba mi mamá, imaginando la cara de felicidad de la anterior víctima del campeón de la carrera de la Torre Colpatria.
-No se preocupe, llévesela tranquila- decía el funcionario, que no parecía tener muy desarrollado el gen policial.
-Pero ¿y el denuncio?-.
-No se preocupe, yo ya tomo nota acá-.
-Pero si no sabe qué bici se llevaron ni sabe el número del marco de esta otra…- respondía, un tanto desconcertada, mi mamá.
-Tranquila, tranquila, llévesela y disfrútela-.
¿¿¿Sería el agente primo del campeón de la Torre Colpatria y miembro del grupo de deportistas de alto rendimiento???
Bib
Publicado en 23:36h, 13 octubreQuerida Linda, la mediocridad está por todos lados… así como ustedes se toparon con un policía nada audaz, hoy me hicieron el examen médico anual en mi empresa.. al pesarme registro 7 kilos menos de lo acostumbrado, le digo a a la enfermera que esa báscula debe estar descalibrada… ¿ahh sí?, pero nadie ha dicho nada!!! ¿Ahh? Le sugiero que usemos otra báscula que hay en uno de los consultorios, de esas que tiene una gota de aceite para determinar que está en perfecto equilibrio. Me paro esperando que ella haga los ajustes… Espero, espero… dice: «¿ Y ahora?».
Conclusión, fui la última en ser atendida hoy, supongo que todos mis compañeros se habrán ido felices sabiendo que pesan 7 kilos menos.
Linda Guacharaca
Publicado en 17:24h, 14 octubreQuerida Bib,
parece que siempre alguien espera…, espera… o se aleja…, se aleja… ocurre algo fuera del guión 😀 ¡Tenemos que tener las orejas bien paradas para poder avisar a las cámaras de TV para la próxima! 😉 😛
Lina María Camacho
Publicado en 01:22h, 14 octubreNoooooo, que horror. Ya no se puede confiar en nadie. Nos quitan la inocencia en todos los espacios. Que tristeza, que embarrada, lo lamento mucho. Perdiste a tu hermana. No que rabia e impotencia.
Linda Guacharaca
Publicado en 17:16h, 14 octubreQuerida Lina,
yo, la verdad, no creo que mi mamá pierda su inocencia y la confianza en las personas, que es como para mí el tumbao, uno de sus rasgos característicos… Lo que sí creo que es ya no se tragará el cuento del folleto ;). Todo es aprendizaje en esta vida, aunque a veces sea de esta manera ¡Te mando un gran lametón! 😛
Jose Guillermo
Publicado en 13:18h, 14 octubreLinda que impotentencia y que tristeza que esto te haya pasado, lamentablemente la inseguridad está a flor de piel y es triste recibir estas noticias, pero hay que reponernos y seguir adelante y pensar que solo fue un mal rato; estoy seguro que son muchos más los buenos.
Linda Guacharaca
Publicado en 17:14h, 14 octubreQuerido José,
gracias por escribir. En realidad lo peor fue la sensación de que no puedes confiar… y bueno, que me quedé sin hermana con ruedas. Tienes la razón, ¡los buenos ratos con muchos más! 😉 😀