
25 Feb Agua, agua, ¡agua!
Al día siguiente me negué rotundamente a poner las patas mordidas al otro lado del umbral de la cabaña… Te apuesto lo que quieras a que tú hubieras hecho lo mismo.
Como mi mamá ya se conoce todas mis mañas y mis fobias, con mucha paciencia y algo de insistencia logró que asomara mi telescópica nariz por la puerta; luego medio cuerpo; luego cuerpo entero… y finalmente la cola. A continuación me indicó que la siguiera, lo que hice muy a mi pesar, con las orejas gachas y esa misma cola entre las patas, precisamente al lugar de los hechos: el campo de fútbol abandonado.
Una vez ahí, después de husmear un poco, lo vio. Tremendo hormiguero. Cogiéndome suavemente del collar antipulgas recompuesto me aproximó hasta allá, me hizo olerlo y, a continuación, me dijo -¡no!- cargándome en brazos por encima del agujero. En el siguiente repitió la misma operación hasta que, tras visitar el quinto, concluyó que yo había entendido que, cuando oliera uno de esos, tenía que dar un gran salto por encima.
Para poner en práctica mis nuevos conocimientos salimos a pasear con Vince y Willi hasta una comunidad indígena a hora y media de camino. Presumiendo que el promotor de la iniciativa se habría informado acerca de la ruta, nos perdimos selva adentro por un sendero extremadamente resbaloso que se convirtió en un inmenso charco cuando comenzó a llover, y que se bifurcó en varios nada más salir, de manera que, al rato, no teníamos ni la más remota idea de dónde estábamos ni a dónde íbamos. Yo dirigía, en cualquier caso, la expedición bajo mi impermeable azul marino, remendado por mi mamá, sobre el que colecciono barro de todos los rincones de Colombia, que me protege de lo que odio en esta vida tanto o más el que el veterinario. Como sabes, ella confía en mis dotes ubicatorias mucho más que en las suyas… y que en las de los chicos, por lo que estaba tranquila, pasándolo de lo lindo chapoteando con el agua hasta los tobillos: llegáramos o no a nuestro destino, yo sabría llevar al grupo de vuelta.
Hasta que las ingentes cantidades de lluvia que caían del cielo comenzaron a modificar dramáticamente el paisaje… Las quebradas que atravesábamos se ensanchaban a velocidad vertiginosa a nuestro paso y el Gran Río pasó a inundar amplias zonas que antes habían estado secas, por lo que decidieron regresar antes de perdernos irremisiblemente en las profundidades del río Amazonas. En lugar de saltitos, ahora tenía que brincar con todas mis patas, las torcidas y las derechas, al tiempo, para intentar alcanzar la otra orilla, lo que conseguía a medias, acabando con medio cuerpo dentro del agua, o contra los resbalosos troncos en los que me impulsaba. Además, como mi mamá iba la última dando gritos al ver que el barro succionaba sus tenis de tal forma que no podía dar el siguiente paso sin mostrar las medias, daba otro gran brinco para ir a buscarla, regresar corriendo a la cabecera del grupo e ir a buscarla un par de veces más.
¡Con tanto trajín no te extrañará que me partiera una uña!
A la vista de que los paseos a pie sin guía no eran recomendables en época de crecida del río, al día siguiente optamos por el clásico plan de avistamiento de delfines rosados en el lago Tarapoto, con breves paradas para observar algunas curiosidades de fauna y flora local.
Delfines no había. Sobre todo después de que los sacara a ladrido limpio de las inmediaciones. Al rato de esperar infructuosamente a que regresaran, Willi se despojó de su camiseta y se lanzó al agua. Yo corrí a asomarme curiosa al borde de la embarcación. Lo siguió Vince y, por último… ¡mi mamá!
Eso ya no era cuestión de curiosidad, sino de instinto: el instinto de seguirla donde sea, que fue el que me llevó de ser una perra paralizada del miedo ante la perspectiva de subir una escalera, a convertirme en la intrépida aventurera que conoces hoy.
Así que, a diferencia de lo que había hecho hasta ahora -ladrar desesperada desde la orilla cuando mi mamá intentaba enseñarme a nadar en las playas del Mediterráneo-… ¡esta vez me boté al agua detrás suyo!
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Una vez que mi cuerpo entró en contacto con el líquido elemento, sentí tal susto que la busqué desesperadamente pero ella, en lugar de permitir que me subiera encima, como una tabla de salvamento, se escapaba, por lo que tuve que nadar para alcanzarla, hasta que finalmente, poniéndose fuera del alcance de mis frenéticas garras, me devolvió a la embarcación, desde donde contemplé sus acrobacias acuáticas secándome al sol mientras llenaba de agua, pelos y perfume a perro mojado el morral de Vince, ya que el de mi mamá, por ser mucho más pequeño, no es, ni de lejos, tan confortable.
Al día siguiente era 24 de diciembre y mi mamá cumplía 40 años. Sus regalos para esta fecha tan insigne fueron la canción “Dos gardenias” dedicada por Vince (Willi había partido hacia las patas de su familia esa mañana); una deliciosa cena de pasta italiana con cebolla, ajo y tomate que casi le arranca las lágrimas por los recuerdos de sus amigas de ese país, el delicioso sabor y el cariño con el que estaba hecha; y los millones de kilómetros cúbicos de agua que el cielo arrojó, durante todo el día, sobre nuestras cabezas.
Nadie más pudo llamarla o felicitarla… ¿recuerdas que había olvidado su celular en Bogotá?
Esta fabulosa historia continúa aquí
Andrea
Publicado en 00:17h, 26 febreroLinda Milagros! Me alegra mucho tu avanzada acuática! No hubo delfines rosados a la vista pero si una dulce perrita llanera amarilla… Que asumo.. Nadó con un estilo único (gracias a su swing) me saludas a tu mamá!
Linda Guacharaca
Publicado en 16:11h, 26 febreroQuerida Presidenta,
debido a mi hiperdesarrollo del tren delantero por infradesarrollo del trasero, mi estilo es similar al de un tiburón cuando va a atacar… con medio cuerpo por fuera del agua, en posición casi vertical. Así también logro salpicar más y que mi mamá no vea nada cuando me acerco.
Ella te manda un gran abrazo y yo un gran lametón 😀 😛
jimena
Publicado en 04:20h, 26 febreroLinda, eres lo máximo. Me encanta tu película en el agua y tu impermeable: #elegansdeparí.
Linda Guacharaca
Publicado en 16:09h, 26 febrero¡Gracias querida Jimena! 😀 Coincido contigo, el remiendo en toda la espalda estilo cabeza de Frankenstein me confiere un glamour sin igual 😛
Maria Morales-Hinton
Publicado en 05:51h, 27 febreroPobrecita Linda! Yo tambien fue victima de un ataque de hormigas rojas cuando tenia como 8 anos, y todavia me acuerdo. Quede traumatizada. Jajaja.
Linda Guacharaca
Publicado en 16:45h, 29 febreroQuerida María, veo que me entiendes a la perfección. A mi mamá le mordió una y reportó que escocía como un picotazo de avispa. ¡Tú y yo somos unas auténticas heroínas! 😀 😛